lunes, 23 de julio de 2012


La apostura marcial de las muchachas del liceo Jáuregui






Para Silvia Gómez, quien nos sorprendió recién
con la revelación de haber sido alumna del liceo Jáuregui

Hasta ahora no se ha abordado el estudio de repertorios de imágenes que tienen que ver con las estrategias visuales de auto-representación del Estado venezolano durante el gobierno de Marcos Pérez Jiménez. Esta puede ser una guía para entender el poder de las representaciones, pues hasta ahora el análisis de las imágenes sobre la dictadura se ha dejado de lado, sólo se le toma en cuenta como propaganda sin sentido de un régimen autoritario, sin observar, por ejemplo, las mediaciones posibles entre los imaginarios sociales y los medios de comunicación, es por esto que se denuncia la propaganda sin reparar en sus características.
Para la cobertura de la Semana de la Patria entre 1953 y 1957, la Dirección Nacional de Información enviaba a los diarios imágenes y notas de prensa, incluso podemos presumir que el “tipo” de cobertura deseada también se dictaba desde esta oficina. En las tapas de los diarios (opositores y del gobierno por igual) se verifica una similitud en la presentación de los actos, de la figura de Pérez Jiménez, de las imágenes o su edición para que aparezca la figura del presidente colocándolo siempre por encima de las multitudes que desfilan ante él, con la mirada siempre vigilante sobre la población, donde el “trucaje” se realiza como manipulación de la imagen como objeto. Algunas imágenes que hemos encontrado en diversos medios eran proporcionadas por la Dirección de Información, en otras ocasiones los reporteros gráficos de cada diario cubrían los distintos actos, sin embargo, hay mucha similitud entre la “mirada” compartida por los fotógrafos, o en todo caso, por la posibilidad de cubrir y exponer lo que oficialmente se quería, en un marco de censura de los medios de información.
En un recurso de metodológico de “saturación”, de imágenes en este caso, nos encontramos con la recurrencia de fotografías de los desfiles donde siempre aparecen las muchachas del Liceo militar Jáuregui, en las tapas, en la cobertura al interior de los periódicos; desfilaban como parte del sector estudiantil no el militar, sin embargo, de las cerca de 150 instituciones que participaban de los desfiles, siempre era un ejemplo “la apostura marcial de las muchachas del Jáuregui”. Los contingentes eran trasladados desde La Grita, estado Táchira, sede del instituto. Este fue el primer liceo militar del país, fundado en 1952 en la región de nacimiento del presidente Pérez Jiménez, con estudiantes “mixtos”, es decir, varones y hembras. Las estudiantes del liceo Jáuregui abrían los desfiles, poniéndolas como ejemplo a seguir.
La primera imagen es de Leo Matiz (perteneciente al Archivo Audiovisual de la Biblioteca Nacional) de julio de 1955, allí observamos a un grupo de muchachas del liceo militar Jáuregui participando del desfile en la Av. Los Próceres, destinado hasta ese momento a los componentes militares. En este caso vemos la imagen de un grupo de jóvenes que marchan como militares, con uniforme que representa al liceo van ocho chicas vestidas de traje de gala, falda larga, camisa, corbatín, guantes, chaqueta, gorro, medias y zapatos, todas iguales. El paso y el movimiento de los cuerpos muy similar, el brazo izquierdo y la pierna derecha cruzadas en el momento de dar un paso, acá no hay oportunidad para la sonrisa o distenderse, al contrario los rostros están más severos en su expresión, dan la impresión de unidad, de cuerpo compacto sin fisuras, abocadas al ejercicio y a la exigencia militar que les convoca.
De esta manera las imágenes debían contener una mirada que se acercara a la oficial o al menos la interpretara. Es necesario recordar que todas las imágenes de que disponemos son imágenes encargadas por el gobierno o que debían pasar la censura para ser publicadas. Este conocimiento de las condiciones de producción de las imágenes nos recuerda que debemos mirarlas como imágenes con vida pública, es decir, que fueron tomadas y editadas para registrar y ser vistas, y pudiéramos parafrasear a Pierre Bourdieu cuando dice de las imágenes de las fiestas como un medio para solemnizar los momentos cumbres de la vida social, en los que la sociedad reafirma su unidad, pero que al mismo tiempo debemos tener presente que éstas imágenes son “fotografías de lo fotografiable”.






Las reproducciones de la prensa corresponden a Últimas Noticias, La Religión, y El Heraldo, de los desfiles escolares entre 1953 y 1957. 

sábado, 14 de julio de 2012


La Tongolele y las fuerzas invasoras de las pasiones bajas
Para Alejandro Calzadilla

En junio de 1953 la jerarquía de la Iglesia católica venezolana libra varias batallas contra las fuerzas del mal, la primera y más importante contra el comunismo; la segunda y más difícil, tratar de controlar el mal en el cuerpo de las mujeres porque pueden despertar “pasión bestial”, atentar contra el sentido del pudor, y si además se mezcla con la “cultura de mambos” puede ser un ejemplo de la “incultura en carne humana”. Dos formas de presentación tenía esta última tentación del mal: los concursos del Miss Venezuela, y las funciones que hacia La Tongolele en cines, cabarets y teatros del país. Las plumas de Germán Borregales y de Monseñor Pellín estaban prestas desde el diario La Religión para estas luchas.
Es que Yolanda Montez Farrington alias La Tongolele, bailarina exótica, estaba de jira y era perseguida por Grupos de Acción Católica y Juntas de Censura para que se prohibieran sus presentaciones en Caracas, Valencia, Maracay, Barquisimeto, Coro o Maracaibo. Por presión pública hacia las esposas de gobernadores, alcaldes y de otros representantes del poder, estas especies de guerrillas católicas lograban por medio del chantaje la prohibición de los espectáculos. Publicaban los nombres de los dueños de los cines, de los gobernadores, o llamaban a boicot económico contra esas empresas. Así sucedió en Coro y en Valencia ese año, y por este mecanismo nos enteramos que Ladislao Tarnói (autor pago de una apología del dictador titulada El Nuevo Ideal Nacional de Venezuela. Vida y Obra de Marcos Pérez Jiménez) fungía de gerente del Hotel Jardín de Maracay, donde se hizo una presentación de la bailarina. Motivo por el cual fue declarado persona no grata.
Lo particular de los bailes de La Tongolele venía de la mezcla de los movimientos de cadera de los bailes tahitianos con los ritmos afrocaribeños, aderezado a su vez por el exotismo con que el cine mexicano presentaba la cultura caribeña. Acompañada en las congas por Joaquín González y Virgilio Martí, exhibía unos movimientos que eran interpretados como “las fuerzas invasoras de las pasiones bajas” por los pacatos buenos católicos. Cuando lograban la prohibición de las funciones en los principales teatros, se alegraban estos nuevos cruzados contra el mambo, de que sólo en los arrabales y barrios se pudieran ver estas indecencias, quedando a resguardo las personas decentes y las señoritas de bien. Aunque también denunciaban que los jefes de familia no dejaban asistir a sus familias pero ellos no se perdían las funciones, en busca de las poses y figuras inmorales que excitaban su pasión bestial.
Acá les dejo  a La Tongolele junto a Tin Tan en la película El Rey del Barrio de 1949, canta el Benny Moré. 

domingo, 18 de marzo de 2012

Compañero en este libro abierto

Estuve en Caracas hasta hace poco inmerso en bibliotecas y archivos buscando información sobre las celebraciones de la Semana de la Patria durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, tema de mi tesis de postgrado. Cuando quedaban pocos días para el regreso a Buenos Aires y cumplida la misión de hacer un levantamiento hemerográfico bastante extenso que abarca 8 años, cuatro diarios y que totaliza más de mil documentos digitalizados; decidí seguir algunas pistas de temas que podían desviar mi agenda, postergadas pero escrupulosamente listadas por si tenía la oportunidad de meterles mano.
Uno de esos rastros a seguir tenía que ver con un Festival Nacional de la Juventud que se realizó en Caracas en 1953, un año antes cuando lo estaban planificando remitían a los grupos folklóricos de distintas regiones del país que se presentarían en agosto. Por otra búsqueda (en la biblioteca de Diversidad Cultural) doy con un artículo que escribe Miguel Acosta Saignes en su columna en el diario El Nacional el 14 de agosto de 1953 donde presenta el festival con una disertación sobre el folklore.
Con esos antecedentes me armé de paciencia para tratar de leer en la máquina de microfilm  las noticias sobre el evento. Las primeras notas que consigo son sobre la premiación del concurso de pintura del Festival, del que no tenía noticias, pero ninguna referencia sobre los grupos, las presentaciones y discusiones prometidas un año antes. Luego doy con una noticia sobre el ganador y finalistas del concurso de jóvenes poetas que se realiza en el mismo Festival. El jurado integrado por Ida Gramcko, Alí Lameda, José Ramón Medina y Pedro Francisco Lizardo decidió otorgar el primer premio al joven guariqueño Juan Calzadilla, el segundo premio al carabobeño José Rodríguez U., y el tercer premio al joven trujillano Romer Ocanto por su poema Es total presencia nuestro canto. Extraña el énfasis en nombrar la procedencia regional de cada poeta.
El tercer premiado es mi padre, jovencísimo entonces en sus veintiocho años; el poema sería publicado al año siguiente en la revista Cruz del Sur. Dice cierta mitología familiar que durante la dictadura mi padre ganó un premio y no lo aceptó por no convalidar un acto de gobierno, que  la militancia y la resistencia al poder tenían entonces otro calibre ético. No parece ser este premio a la juventud del país el de la narración familiar, en todo caso como decía Lévi-Strauss todas las versiones del mito son necesarias y forman parte de su verdad.
Es como otro episodio sobre su saga literaria que narra el cortejo amoroso a mi madre, ambos se habían graduado de maestros normalistas en el Miguel Antonio Caro, y tuvieron que separarse por un tiempo, mi madre se mudó a Mamo en la Guaira y papá le escribía unos poemas de amor todos los días donde cantaba su belleza, la cabellera, los ojos, los encuentros que tendrían; era una escritura donde el amor era una promesa postergada, en fina caligrafía de tinta azul sobre pequeñas hojas rectangulares de papel cebolla escribía el poeta su esperanza, su fina esperanza, su amor rodeado de sencillez. Eran los últimos años de la década de los 40. Por cierto, que cierta actualización de la fábula también cuenta que uno de sus hijos encontró estos poemas y los tenía como precioso arsenal amoroso para deslumbrar conquistas difíciles o solucionar situaciones opacas, en todo caso la eficacia de la palabra dictada por el amor continuaba.
Copio acá el poema que envió mi padre al concurso, que dice tanto de la nobleza de las convicciones y luchas de aquellos años.

Es total presencia nuestro canto
                                    I
Cobarde, oh vida, quien no te ha buscado
en hombres que ya son del universo
lámparas de miel, centro, porvenir.

Qué obscuridad informe no palparte
día tras día en cada amanecer
como ala de esperanza para el vuelo

Qué egoísmo que en flor y fruto y nido
no sea resguardada tu existencia.


                                    II
Mas en nosotros, tan herido siempre,
es vital lo prodigioso y es perenne.

Inmenso el corazón, el puño firme,
decimos: nunca más generaciones
en vértigo de muerte; nunca más!

A tal mundo en horrores, la absoluta
energía del claro pensamiento.

Donde existe el odio sin contorno
es esta mano espiga y levadura y horno.

Por la pena de tanto abierto crimen
la rosa fertiliza nuestra vida.


                                    III
Esta sangre se sabe verdadera:
espíritu en el trigo, en el maíz;
entre brumas estallido y entre espinas;
en todo espacio y tiempo de la tierra
rasga enteramente vertical al hombre
y penetra y lo enciende y lo rebela.

Donde es todo como mano generosa,
nunca extraña, de sol el porvenir
se avienta en cada ser, renacida
o sembradora su fuerza con nosotros;
alienta el brazo un brazo poderoso,
el músculo al músculo sucede
y se agostan el cardo y la cizaña.
                                    IV
Y por noble esta lucha se corona;
la ternura para todas las pupilas;
el cielo perfecto de la fruta;
la paz libre e inagotable como el agua
de palomas al hombro de los niños;
es la risa volcada en las ventanas;
pétalo el regazo; frente vigilante
del madurar de pájaro del hijo;
el hombre y la tierra y se presiente
la fecunda parábola del grano.

Ya ves, joven hermano, hermano exacto;
en la vigilia ya somos conocidos
y es total presencia nuestro canto;
compañero en este libro abierto
que nos dice del mundo rescatado.

miércoles, 6 de julio de 2011

De fiestas patrias





En junio de 1953, el presidente de Venezuela coronel Marcos Pérez Jiménez decreta la celebración de “la Semana de la Patria” en todo el territorio del país en ocasión del 5 de julio, por ser la fecha de mayor importancia para la vida pública de la república; “que en ocasiones en que se conmemoran los grandes días de la nacionalidad es especialmente oportuno estimular la mística que impulsa con energías crecientes la acción venezolana para el cumplimiento del Ideal Nacional.” El documento fue refrendado por los ministros, entre ellos Alberto Arvelo Torrealba (el autor de Florentino y el Diablo) como titular de la cartera de Agricultura y Cría.
Entre 1953 y 1957 se realizó esta celebración para festejar la independencia y la nacionalidad, contribuyendo al imaginario de una unión de destino entre los militares, como herederos de los héroes de la independencia, y los civiles como acompañantes en ese proceso. Por supuesto los militares se concebían como los mejores para conducir el país, y su visión militar-tecnocrática se verificó en el desarrollismo y la construcción, como planteaba el propio Pérez Jiménez, por medio de: 1. La transformación del medio físico, 2. El mejoramiento de las condiciones morales, materiales e intelectuales del pueblo, esto incluye el mejoramiento étnico con la migración de europeos para solucionar “taras” de los venezolanos 3. Reordenamiento institucional del estado y planeamiento racional de sus acciones, 4. El Ideal Nacional que tiene sus bases en la tradición histórica de los libertadores, 5. La ventajosa ubicación geográfica y los recursos naturales para jugar un rol conductor en el continente, y 6. La exaltación de los valores patrios por medio de un nacionalismo que construya una patria digna, próspera y fuerte.
A estos puntos debemos sumar la celebración litúrgica en honor a una virgen patrona cada año, para el inicio de la Semana de la Patria. Para tal efecto fueron trasladadas a Caracas, en distintos años, la virgen de Coromoto de Portuguesa región de los llanos, la Virgen del Valle de Margarita región oriental, y la Virgen de la Chiquinquirá del Zulia región occidental.
Esta celebración patria tuvo gran cantidad de actos, donde se sincronizaban juegos de fútbol (en el famoso Mundialito de Clubes que se jugaba en el estadio olímpico de la Ciudad Universitaria participaron entre otros: River Plate, Real Madrid, Corinthians, Sao Paulo, Barcelona, Millonarios), y de beisbol con equipos internacionales, representaciones gimnásticas, participación de escolares y empleados públicos, desfiles en “trajes típicos” del país, carreras de autos, corridas de toros, carreras de caballos, desfiles y comparsas, música y danza, delegaciones internacionales invitadas al país, marchas militares, ejercicios militares de asalto y defensa. Bajo amenaza y coerción se obligaba a los funcionarios públicos a acudir a las marchas, y a pesar de ser un gobierno dictatorial, quedó un imaginario que asocia a la dictadura como un momento de crecimiento económico, de entrada en la modernidad, de seguridad social, de alegría y fiestas. Quizás porque los rituales y las fiestas pueden caracterizar el imaginario de una época, como casi ningún otro acontecimiento, acaso la guerra. También hay que tomar en cuenta que entre 1953 y 1957 la oposición armada a la dictadura es desmantelada, apresados, asesinados o desterrados sus principales dirigentes, de manera que se “respira” un clima de paz social, propicio para las celebraciones masivas.
En este período se construyó en Caracas el Sistema de la Nacionalidad, que nosotros conocemos hoy en día como El Paseo de Los Próceres, donde están representados simbólicamente los héroes de la independencia, los indígenas como pasado de fuerza, donde se realizan los desfiles y las manifestaciones culturales populares entre murales y estatuas ecuestres, en una arquitectura fastuosa, absolutamente monumental, en unos materiales perdurables en el tiempo, y con la Academia Militar a un costado. En este espacio, el pueblo tomaba cuerpo, y ese cuerpo era cívico-militar, era el pueblo festejando y desfilando con los militares, en un espacio escenográfico que daba fuerza expresiva a un pasado que reivindicaba la función de los militares como herederos de la gesta independentista. El Paseo de los Próceres se ha convertido en un ejemplo de lo que el historiador francés Pierre Nora llamó “lugares de la memoria”, es decir, un lugar donde se encarna la memoria espacialmente, unida a la noción de nacionalidad, destino cívico-militar, y componentes identitarios del ser venezolano. El proceso es interesante en tanto es vivido por muchos venezolanos “naturalmente”, sin darse cuenta que en los procesos sociales precisamente no hay fenómenos naturales.
La Semana de la Patria ha marcado a través de sus fiestas, escenificaciones y rituales en torno a la nacionalidad, un imaginario que emerge cada tanto tiempo, y también se renueva. 

jueves, 23 de junio de 2011

De filantropía y folklore


En la anterior entrada dimos un  dato que no es menor ni anecdótico: las oficinas de la sede principal de la Hamilton Wright Organization (HWO) estaban en el Rockefeller Center en New York. Hubo relaciones entre las dos organizaciones y las dos familias. Cuando estaba en construcción el Rockefeller Center la HWO fue la encargada del levantamiento fotográfico, cuando Nelson Rockefeller visitó Venezuela en los 50´  la HWO hizo la cobertura fotográfica no sólo del “business” sino de las vacaciones familiares en su finca en el estado Carabobo.
Durante la presidencia de Franklin D. Roosevelt, se nombra a un joven Nelson Rockefeller (que luego sería gobernador de New York, diputado, y vicepresidente siempre con el partido republicano) a integrar la comisión para América latina, punta de lanza de su política de buena vecindad con la región que aguantó hasta los años 60 cuando la guerra fría influyó en su modificación. Por medio de la Fundación Rockefeller se hacían labores de filantropía y respaldo a estudios arqueológicos y antropológicos en los países donde sus empresas (principalmente las petroleras) tenían intereses. Los Wright (padre, hijo y nieto) también se interesaron por los temas de expediciones y viajes arqueológicos, el nieto hasta libros de fotografías sobre las pirámides de Egipto y la tumba de Tutamkamon llegó a publicar.
Entre los intereses del grupo Rockefeller en el país estaban: la construcción del hotel Ávila en San Bernardino, la Standard Oil y su filial Creole Petroleum Corporation primera productora de petróleo del mundo en la década de los 40, Sears, automercados CADA, Café El Peñón, y otra cantidad de empresas de producción, procesamiento y conservación de alimentos. El urbanista de origen francés Maurice Rotival (el del famoso plan de arquitectura y urbanismo para  Caracas) era empleado de la Fundación Rockefeller.
La HWO trabajó en otros países: Filipinas, Cuba, Bolivia, Sudáfrica. A mediados de los años sesenta el Senado norteamericano le abre una averiguación por su rol en la defensa de intereses de múltiples naciones en ese país y su capacidad fuera del gobierno, como principales lobistas, para conseguir contratos y ser capaces de orientar la política exterior norteamericana. A finales de esa década deja de funcionar la organización.
El primer trabajo del que tenemos noticias en Venezuela lo hizo la HWO para la cobertura de los III Juegos Deportivos Bolivarianos en diciembre de 1951, luego presentaron una oferta completa de sus servicios: cobertura fotográfica y en video de los actos del gobierno, producción de segmentos de noticias para ser presentada en las salas de cine del país y dobladas al portugués y al inglés y distribuidas en el exterior por Warner, Universal, Paramount, NBC y Fox; y una operación de lobby con sectores del gobierno norteamericano, así como con los grandes medios y sectores políticos y empresariales.
Durante la década militar (1948-1958) la HWO realizó la cobertura de las acciones del gobierno, en franca competencia con Bolívar Film. Tenemos documentación sobre el trabajo de registro de campeonato de toros coleados, construcción del Centro Simón Bolívar, inauguración de la autopista Caracas-la Guaira, sobre la industria petrolera, sobre la Semana de la Patria, inauguración del Hotel Tamanaco, sobre las belleza naturales, Caracas como ciudad moderna, etc. Sumado a esto lograron una amplia cobertura de medios norteamericanos sobre Venezuela y Pérez Jiménez.
El último trabajo del que tenemos noticias en este período fue la publicación del disco de recopilación de música folklórica venezolana en 1958 cuya portada es la imagen de esta entrada. Para ambientar la lectura sería ideal que escucharán los surcos del LP, de innegables reminiscencias sobre la infancia de varias generaciones de venezolanos. La imagen del disco muestra una pareja de jóvenes con atavíos folklóricos que remiten al imaginario construido sobre los elementos identitarios del “ser” venezolano. La recopilación de temas va dirigida al público infantil, el Maremare, un joropo, los Chimichimitos, el Carite, el Chiriguare, etc. Nos informa la carátula que el material fue colectado y compilado por Ronnie and Stu Lipner, pareja de “folklorólogos” especialistas en música y danza, que viajaban por el mundo buscando exotismos culturales. Aparece el profesor Luis Felipe Ramón y Rivera, para entonces director del Instituto de Folklore, como colaborador, y la Hamilton Wright Asociation como coordinadora de la producción. La Folkways Record se lleva los créditos de la edición realizada en New York, empresa discográfica que fue algo así como la precursora del worldmusic. Viene además con un folleto, en inglés, con los detalles de cada baile, con instrucciones de pasos, figuras, trajes e instrumentos a utilizar.
 Algo no está bien en este documento. Podemos hacer el análisis de la folklorización del patrimonio musical y danzario que implicó este tipo de concepción de la cultura popular, que homogenizó contenidos, que  hizo de la repetición vacua el sentido de lo venezolano, que instauró el simulacro cultural como fuente de identificación. Sin embargo, el documento mismo nos da información para el análisis y pasamos a preguntarnos  ¿qué injerencia tuvo la HWO en estos procesos que buscaban imponer una visión de lo patrimonial acorde con el nacionalismo que proponía la dictadura? Pareciera surgir un entramado entre las labores de propaganda del régimen dictatorial llevadas adelante por una empresa norteamericana, las funciones filantrópicas de instituciones y personajes, y la extensión de ciertas concepciones sobre la herencia cultural.
Además surgen algunos datos sobre la actuación éticamente sospechosa de algunos personajes encargados de instituciones culturales en este periodo. La recopilación de los temas del disco y toda la información del folleto fue realizada por el equipo que trabajó desde el antiguo Servicio de Investigaciones Folklóricas Nacionales fundado en 1946 por Juan Liscano, que continuaron bajo la dirección de Francisco Carreño entre 1948 y 1952, y de 1952 a 1958 bajo la dirección del propio Ramón y Rivera. Tanto es así que los contenidos del folleto fuero editados a partir de 1952 y distribuidos en las escuelas, sin embargo, en el material se insiste en que fueron compilados por los Lipner y no se da ninguna información sobre las personas que realmente trabajaron en él, ni siquiera de los músicos de la grabación. Extraña colaboración ésta que se apropia del trabajo de investigadores para apuntalar el prestigio de unos pocos, en este caso, de los Lipner y de Ramón y Rivera.
Para cerrar el círculo, algunos datos finales. El disco y el folleto se pueden bajar de la página del Smithsonian Institution, ya que compraron los fondos de la disquera. Y también se encuentra en itunes, por 20 $.

martes, 22 de marzo de 2011

Nueva Cádiz


El poster es de 1955, el personaje de pipa y sonriente es José María Cruxent, la locación es la isla de Cubagua donde recién acaban de descubrirse las ruinas de su antigua fundación, lo que expone frente al fotógrafo a manos llenas son perlas encontradas en las excavaciones (de allí la amplia sonrisa). Hasta acá es un episodio destacado en los anales de la incipiente arqueología venezolana, aunque quizá la imagen no es muy conocida. El texto que acompaña las imágenes en la parte inferior está en inglés al igual que el título que reseña el “acontecimiento mundial”, y justo en la esquina superior izquierda un sello húmedo en tinta roja: Información producida y distribuida por Organización Hamilton Wright de Venezuela. Por el pie de foto nos enteramos que las fotografías fueron tomadas por el propio Hamilton Wright. Por el documento también nos enteramos que el profesor Cruxent era para el momento director del Museo de Ciencias Naturales de Caracas, y que el afiche fue impreso en New York. Este documento se encuentra en el Archivo Histórico del Palacio de Miraflores.
Mis amigos arqueólogos Lino Meneses y Gladys Gordones publicaron recién un libro titulado De la arqueología en Venezuela y de las colecciones arqueológicas venezolanas, en él proponen que la arqueología dominante en el país a partir de los años treinta del siglo XX se realiza bajo el paradigma arqueológico norteamericano, al que bautizan como “arqueología del buen vecino” en clara alusión a la política norteamericana hacia Latinoamérica desarrollada por Franklin D. Roosevelt. Para el momento de la publicación del afiche en USA el país se encuentra bajo la dictadura de Marcos Pérez Jiménez y sobre este periodo Lino  y Gladys opinan que hubo un apoyo favorable a la antropología y arqueología, en tanto los “descubrimientos” engranaban con las nociones ideológicas de exaltación de unidad nacional en que se basaba el discurso oficial  del Nuevo Ideal Nacional. 
Este afiche es parte de una serie que incluyó trabajos sobre: la explotación del hierro en el Cerro Bolívar, la celebración de la Semana de la Patria, el Retablo de Maravillas, la autopista Caracas-la Guaira, el Centro Simón Bolívar, entre otros. Su destino era el público norteamericano.
La Hamilton Wright Asociation comenzó a realizar labores de publicidad y relaciones públicas en Venezuela desde 1951 y durante toda la etapa militar se ocupó de la promoción del gobierno dictatorial y del lobby ante los poderes norteamericanos (gobierno, congreso, industrias, prensa). Le rendían cuentas directas a Pérez Jiménez y se encargaron de la realización de películas, noticieros, cobertura fotográfica y realización de agendas de promoción del gobierno en el extranjero, con expreso énfasis en Norteamérica. Sus labores en Latinoamérica las conseguimos desde la década de los cuarenta en Puerto Rico y Colombia, y realizaron trabajos en Egipto, Canadá, Líbano, México, Taiwán, etc. Por cierto su oficina central la tenían en el Rockefeller Center en New York.
To be continued….

sábado, 23 de octubre de 2010

Los raros


A fines del siglo XIX escribió Rubén Darío un libro singular: Los Raros, donde daba a conocer, a través de reseñas exactas, a un ramillete de poetas, franceses y simbolistas en su mayoría. Poetas desconocidos en América y que el nicaragüense consideraba un grupo necesario.Tomaré éste título para escribir sobre una colección de “raros” que he ido encontrando en el camino. A veces, raros por geniales, por inclasificables, por excluidos, desconocidos y paradójicos. Raros no sólo los autores, a veces es una obra singular que destaca de toda una producción, que desarrolla su propia vida, dignos de estar en una colección sin prelaciones ni esquemas conocidos, siempre muy subjetiva y a gusto de quien escribe. Diecinueve raros expondré en adelante.

domingo, 19 de septiembre de 2010

La vida de los objetos






Para Rodrigo, quien solía ser mi guía en estos mundos.
¿Cuáles objetos marcaron nuestra irrupción cotidiana en la modernidad? De niño solía jugar o aterrorizarme ante la visión de ciertos objetos que mi padre tenía en el apartamento. Un kit para inyecciones en su estuche todo de acero, en desuso pero temible en su frialdad; una cámara filmadora de 81/2 mm y su proyector, donde podíamos ver pequeñas películas familiares y algunas cintas de comiquitas y documentales; un largavista enorme, negro y pesadísimo; un tocadiscos portátil, con estuche negro, que en las mañanas sonaba a Beethoven, con varios ajustes para el eje donde revolucionan los LP; y finalmente el televisor de la sala, grande, como una lupa gigante, en su caja de madera con patas, en blanco y negro por supuesto, que en realidad era una escala de grises y un botón para manipular el brillo, que hacía desaparecer los contornos de los objetos y las personas en la pantalla. La nevera y la lavadora, por su uso tan diario, perdieron rápidamente su aura; el carro, un Ford Fairlines, simplemente posibilitaba las salidas de playa y luego las visitas a la casa en construcción en la Guaira. Otros objetos eran menos que importantes, sólo útiles, mesa, sillas, camas, literas, cocina, muebles; indispensables para vivir pero sin la importancia de los objetos que nos daban entrada a otro mundo, del que no entendíamos su funcionamiento, pero si su función. La vida de estos objetos sólo es importante en tanto nos acerca al reconocimiento de nuestra propia vida y sus relaciones.
Éramos 11 en el apartamento, en un pequeño edificio de un complejo de viviendas construidas por el Banco Obrero en Catia, Caracas. Entre veredas de casas anteriores al complejo, se levantaban los edificios con 5 o 6 pisos, escaleras grandes, patio delantero, y una zona de jardines y canchas deportivas en la parte de atrás. Cinco varones y cuatro hembras, mamá y papá, y en los últimos tiempos un perro, no cualquier perro: un Pastor Alemán. Tres habitaciones, sala-comedor, cocina, lavadero y tendedero al aire libre, de esos que son como estrellas tejidas de alambre, y el baño. El cuarto de las hembras el más chico, el de los varones grande pero con bibliotecas adosadas a las paredes, del piso al techo, y todos los libros, cuyo olor aprendí a amar desde entonces.
Ese mundo, donde estos objetos cobraron vida social, uso y desuso, que a mis primeros 6 años de edad se me figuraba enorme, de seguro era muy pequeño para la convivencia de tantas personas. Pero sólo recuerdo peleas entre hermanos por la distribución de favores y beneficios de parte de mamá, quien organizaba y regía ese microcosmos.
A la inyectadora no recuerdo verla en acción, pero al abrir su estuche de metal, quedaba expuesta una manufactura de instrumento de tortura o de medicina moderna, que a los efectos tienen muchas correspondencias. Despedía un olor a alcohol y a cosas malas que aun hoy en la memoria no es grato. Tener al cuello el largavista era una proeza, lo mejor era subirse a una de las literas y ver hacia la cancha. De vez en cuando se podía abrir una de las tapas de los lentes y sacar un prisma, objeto raro si los hay, en su mediación entre el hielo y el espejo, que derrite la luz que le atraviesa y la refracta en otra dirección. La filmadora no era de fácil obtención, pero tenía muchos y pequeños objetos: cintas de varios colores y tamaños, plaquitas de plomo para pegar las cintas, limadura de hierro, frasquitos de varios tamaños, varios juegos de lentes con sus filtros de colores y un estuche de cuero. Al tocadiscos no tenía acceso, pero recuerdo bien los discos de 45 y 35 rpm, de pasta gruesa. El televisor era el más próximo de los objetos de la modernidad a mi mano, frente a él pasé muchas tardes y noches, comiquitas y series norteamericanas de varias décadas anteriores eran el menú principal.
Estos objetos no perdieron su aura, al contrario, como evocación de lejanía como recuerdo, conservan su unicidad (que no lograban ni la lavadora, ni la nevera, ni el carro), eran objetos únicos en su inserción en la vida de la familia, no porque no fueran de producción masiva y de técnica industrial, sino por moldear una sensibilidad, un estado de alerta estético y vital. En su mayoría estaban llenos de una percepción estética de lo espacio-temporal, allí radica su valor cultural. Por más cerca que los tuvimos, conservaron un enigma, y nos daban entrada a la sensibilidad de una época, al descubrimiento de los sentidos más exaltados por la modernidad, el oído y la vista. Formaron parte de nuestra primera educación sentimental.

jueves, 24 de junio de 2010

Vecinos III


Leãonzinho
No fue propiamente un vecino, más bien un visitante. Estuvo en la calle paralela a la que vivo, la gran avenida Sarmiento. La tarima la armaron justo frente al complejo ferial de La Rural. En medio de las dos calles el zoo. Caetano Veloso llegó sólo con su guitarra y esa voz tan extraordinaria. De inmediato se hizo un silencio mágico, y esa multitud de varios miles se tornó como un mar calmo. A mitad del concierto cantó A leãonzinho. Simultáneamente Dana y yo pensamos lo mismo, nuestro vecino, el león, seguro que también estaba lleno de esa gracia que esparció con sus canciones el visitante, por esa canción que dice en un verso que para desentristecer/ leoncito/ a mi corazón/ basta encontrarte en el camino. Por eso no rugió esa noche nuestro vecino, encantado a su vez por la canción de Caetano.

viernes, 30 de abril de 2010

Vecinos II


La calle tiene muchos árboles, aunque por efecto del otoño van quedando pelados de hojas y queda expuesta la enramada. De noche está muy iluminada, para cuidar que nadie entre o que no se escapen, según se vea.

Ya lo hace seguido, cada madrugada entre tres y cuatro. Parece que ensaya porque comienza de a poco y de repente es como si abriera las fauces todas y sale ese sonido ronco y prolongado como de piedra, y seguro agita la cabeza. Con los gatos del jardín aprendí a adivinar sus estados de ánimo por el movimiento de la cola, con él debe ser igual. Aun no lo visito, pero tenemos seis meses conviviendo.

El león volvió a rugir anoche. Durante el sueño no da miedo pero encanta.

jueves, 11 de febrero de 2010

Vecinos I


Creer o no

Apenas si nos cruzamos en el ascensor, aunque generalmente uso el de carga para no encontrarme con nadie, de manera que los he visto poco. Una pareja que sale con cochecito, una señora muy viejita que siempre sale sola y un par de adolescentes. Del resto nada.

Pero recién di con otro vecino, el de la foto, a sólo unas cuadras de mi edificio. Siempre meditando, aun en estado de bronce.

Al pie de la estatua una frase de Albert Einstein, dice algo sobre lo difícil de creer para las generaciones futuras que un ser humano así haya caminado sobre la tierra. Curioso legado el de la Mahatma Gandhi, nos regala también la incredulidad.

lunes, 18 de enero de 2010

La intima multitud de Gioconda Belli


A mediados de los 80´, un amigo me entregó un montón de fotocopias ya muy trajinadas, las cedió como quien se desprende de un tesoro. Era la copia de un poemario: Sobre la grama, el primero de la nicaragüense Gioconda Belli. Poesía erótica y comprometida con el decir de una mujer aguerrida y sensual. ¡Vaya descubrimiento!

Las recibí en la universidad de manos de Yahín Arteaga y después siguió su recorrido entre otros amigos, a todos no pasaba igual; desde las primeras páginas nos reconocíamos como cofrades deslumbrados, vasallos prestos a rendir tributo, eran además los últimos años de la esperanza sandinista.

Pasarían más de 10 años para que consiguiera otro de sus libros, para visitar la escritura cifrada de feminidad de la nica en De la costilla de Eva, que otro amigo me trajo de Nicaragua y que ya no tengo en mi biblioteca, porque con los libros de Gioconda me pasa que siempre los presto, insisto para que otros la descubran. Desde entonces he podido disfrutar de su escritura desdoblada, entre sus novelas y su poesía, mujer sin concesiones en lo político y con la palabra, pues su decir es de mujer, no imita la literatura dominada por los hombres.

A mediados del 2008 la autora ganó el premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral en su cincuenta aniversario con la novela El infinito en la palma de la mano. Literatura difícil de clasificar la de éste libro, quizá sea una obra de cierre simbólico, que remite a arquetipos y temáticas ya exploradas en el resto de sus libros: la mujer, lo erótico, la justicia, sexo, hijos, amor; todo desde el principio ¡Desde el principio en el Edén, con Adán y Eva como personajes!

Gioconda Belli hace lo que tantos escritores han olvidado hoy en día: contarnos una historia. Es así que nos cuenta sobre el Edén y el surgimiento de los primeros problemas humanos, los de la convivencia. Sólo que esta vez es Eva quien tiende el hilo, el comienzo de la historia como responsabilidad y no culpa de la mujer. Desde la fuerza evocadora de los primeros conflictos de la primera pareja, que todavía siguen siendo, nos sumergimos en un universo simbólico, donde todo está por suceder por primera vez, aún la rudeza de la expulsión del Paraíso, el descubrimiento del amor o el sexo, el avistamiento del mar.

Decía Jung que hemos desposeído a todas las cosas de su misterio y numinosidad, que ya nada es sagrado; en esta novela religamos por medio de una historia que creíamos conocer muy bien y que nunca detallamos en su riqueza simbólica. Desde la expulsión del Paraíso caminamos por fuera de las murallas del edén, volver siempre será una empresa circular, una nostalgia retenida en los huesos. El primer y último camino.

Esta lectura nos insiste que el conocimiento adviene de una sensación multiplicada: al morder el fruto prohibido, se derraman aroma y jugo. El placer de la sensación… que abre la posibilidad de rendirse ante la suavidad exquisita de la piel de la mujer. Boca y piel y fruta. El conocimiento desde el cuerpo.

Nos sucedió algo interesante a medida que avanzábamos en la lectura. Eva iba ganado cualidades de su autora; Gioconda Belli quizá más entrometida que nunca en su propia literatura. Más incluso que cuando escribe poemas sobre la maternidad o narra los momentos más álgidos de la lucha sandinista. Aún más que en El país bajo mi piel, libro biográfico donde rinde cuentas con la dirigencia del sandinismo. Más que en muchos poemas donde deja la piel en la página, y el sudor y las lágrimas. Aparecen los contornos de una Eva nicaragüense, con una unión de imagen y sentimiento, que nos alumbra el surgimiento arquetipal de las varias mujeres que Gioconda contiene. Porque en este libro sentimos que se visita a sí misma y a su obra.

jueves, 7 de enero de 2010

TERRAL (Fragmento V)


HENDIDURAS

Entre ríos y quebradas se cuentan veintisiete en todo el estado, siguen siendo la fuente del agua que surte la zona, delinean la montaña formando parte de los miedos y las querencias de los guaireños, bien vale su nominación, limpiar su nombradía de espanto, encontrarnos en sus cauces con otro sentir; para que el horror no se convierta en la referencia geográfica: Chichiriviche, Tacagua, Uricao, Curucutí, Picure, Mamo, Piedra Azul, Cariaco, Osorio, Macuto, El Cojo, La Llanada o Camurí Chico, San Julián, Quebrada Seca, Cerro Grande, Uria, Naiquatá, Camurí Grande, Care, Anare, Los Caracas, …



viernes, 25 de diciembre de 2009

TERRAL (Fragmento IV)


La Guaira entre la memoria y el olvido

Para los caraqueños la Guaira es “el litoral”, balneario de fin de semana, de rumbita o descanso, dependiendo del furor o agotamiento que la ciudad capital imprima en sus habitantes. La costa abierta deja de lado la percepción de la montaña y sus ríos, quebradas, cortadas y demás hendiduras. Los habitantes (“naturales” nos llamaría un etnólogo adelantado) sí nos reconocemos en esos territorios. Aunque se convirtieran poco a poco en desaguadero de inmundicias, siempre podíamos disfrutar de los ríos: San Julián, Cerro Grande, Camurí Chico, subir por Carmen de Uria y llegar a las pozas pasando por los petroglifos, también en Anare, o el caudal enorme y disfrutable del río Los Caracas; más hacia barlovento los ríos francos de la costa (para los naturales “La Costa” comienza después de los Caracas: Quebrada Seca, Todasana, Chuspa, La Sabana, Caruao) y a sotavento destaca el río que baja de Galipán (el Cojo por el teleférico y que pasaba magro a la vera del Castillete de Reverón y el Macuto que conecta con el camino de los españoles. El Guanape, famoso en la colonia por su clima, que marcaba la entrada a los aires benéficos de Macuto, muy poblado en sus márgenes en las últimas décadas, con el cementerio de cara a la costa marina. El Osorio, que visto desde el puentecito colonial de la Guaira era un hilillo de agua turbia, se puede subir por su cauce serpentero y encontrar el camino de los españoles. En los últimos años escondiendo las comunidades de humanos más miserables que se puedan ver, la gran hendidura de la montaña se los va tragando, sus pequeñas casas de cartón y tela, de latas y pedazos de madera, es la montaña que se abre y se traga a sus habitantes, invisibles para el transeúnte de la vía de la playa, por lo demás la única que comunica toda la Guaira. De allí en adelante son sólo nombres los que reconozco: de Piedra Azul hasta el río de Tarmas en una montaña más empinada y agreste, habitada por gentes más de montaña que de mar, donde el mar es la excursión.
Puerto, aeropuerto y playas, esta representación caraqueña guiada por el uso del territorio y sus beneficios no coincide, lógicamente, con la de los costaneros. En la Guaira los conocedores de la montaña son montaraces, por ejemplo los galipaneros o los sanjulianeros en las alturas de Caraballeda, que saben de cultivos y de leyendas como la del “lión,” que bajaba de la montaña a buscar comida: animales domésticos, niños, acaso alguna púber (en la subida por el río San Julián visitamos varias veces su cueva, o más bien el escarpado tallado en la roca, con arenilla en el piso, restos de comida y el inigualable olor de los felinos en el ambiente).
Una confesión. En la adolescencia y juventud viví sumergido entre el río de esta montaña y el mar, conocía los mejores pozos del San Julián, arriba, muy arriba, 45 minutos andando desde la cantera, saltando la rejas del Inos, por un camino de recuas, pasando el bebedero de los animales donde también nos refrescábamos, en medio de árboles enormes y enormes peñascos. Así hasta llegar a los pozos y toboganes naturales, hechos precisamente de piedras rudamente talladas, pero exactas en su desequilibrio que hacían una cueva y dos pozos maravillosos. De allí a las playas, desde Camurí Chico hasta Playa Escondida en Tanaguarena, pasando por Alí – Babá, Caribe y Caribito. El secreto estaba en ésta última, con una “mesa” de piedra y coral paralela al espigón final de malecón, donde nos parábamos a…jugar, con el añadido de una buena guarnición del anís adolescente.

viernes, 18 de diciembre de 2009

TERRAL (Fragmento III)


La Guaira entre la memoria y el olvido


La primera fotografía. Salir al patio en pijama y usar la Polaroid que me regaló Romer, (debe ser abril o diciembre), debo tener 8 o 9 años.

Aun conservo esa foto, oscura, borrosa, con la bruma del amanecer y la memoria, es curioso, se supone que a partir de las fotografías, “que congelan imágenes en el tiempo”, recordamos eventos, situaciones o personas; con esta imagen me ocurre lo contrario. Tengo impreso en la piel el frío de esa mañana, el aire suave que baja muy temprano desde La Silla de Caracas, los colores del amanecer, el viento que sopla de tierra que mi padre presintió cuando le puso el nombre a la casa, porque a pesar del calor continuo del día siempre bajaba de la montaña un terral refrescante.

Como decía, el recuerdo está fresco después de treinta años. El levantarme con sigilo y ansiedad, para no despertar a los demás en la casa y por probar la cámara que saca fotografías instantáneas. Luego de abrir con cuidado la puerta corrediza que da al patio salgo y comienzo a ver por el visor de la máquina; que recuerdo grande, pesada y negra, ajustando los posibles encuadres.

La definición perfecta me la da enfocar al sur, voltear, porque la costa siempre es el frente, y encontrar justo La Silla de Caracas que resguarda nuestra casa en Los Corales. Después ensayaría tomando fotografías en el patio, a los frutos de la granada, las rosas amarillas.

Pero volvamos a la primera imagen. El formato es el pequeño de las instantáneas, debe ser 5x5 con márgenes blancos en los bordes, de donde iba pegada la película que emulsiona en un tiempo que hay que contar pausadamente para arrancarla y dejar a la vista la imagen positiva.

En el recuadro se ve el perfil del cerro al amanecer, una claridad que recorta la silueta exacta del Ávila, en primer plano “el cuartico” de la casa, construido años después de mudarnos, donde estaba la lavadora, los peroles, los libros que ya no cabían adentro. Para lograr esa foto había que enfocar a lo alto y así no salía todo el edificio que queda justo arriba, al centro de mi calle y que anunciaba la entrada a la cuarta etapa de la urbanización[1].

Esta acción, de salir al patio y voltear la mirada atrás para ver la montaña, la repetiría innumerables veces a lo largo de la vida.

La parte del Ávila que da al mar tiene una particularidad que no le conocen los caraqueños por vivir en el valle, y es que la pendiente es muy pronunciada y realmente se vive en la franja que queda entre el mar y el cerro y se van tomando las faldas de la montaña, subiendo por sus pliegues de agua, de ríos y quebradas. De manera que nos da una sensación de “presencia” muy fuerte, al ver ese perfil recortado por el azul marino del cielo guaireño.

Con el recuerdo me viene una certeza: debe ser diciembre porque en abril esa parte de la montaña se llena de puntos amarillos de los apamates y araguaneyes en flor. No los veo.

***


[1] El edificio que se ve sobre el techo en el lado izquierdo es el Cerromar, donde al momento del desastre un impostor (impostarse en la desgracia!! Vaya país que tenemos) llamaba a las radios de Caracas diciendo que se encontraba tapiado y así se convirtió en un símbolo del esfuerzo por rescatar a la gente, aunque después se descubrió el fraude y se supo que el hombre quería llegar hasta allí y que el gobierno le regalara una casa cuando lo salvaran. Estas situaciones de “comedia” se cuentan varias a raíz del desastre. Sacar provecho de la tragedia de otros. Puro zamurismo social.