jueves, 2 de julio de 2015


Barrunto en mi corazón

Para Betty Mendoza, que gusta de estos escritos
y con quién me encadeno con este y otros temas


Una peculiar versión de Lamento Jíbaro del Gran Combo de Puerto Rico, cantan Charlie Aponte y Gilberto Santa Rosa

En una entrada anterior en este blog, La vida de los objetos, recordaba que el tocadiscos de mi casa por las mañanas tocaba Beethoven. Sin embargo, la educación musical de esos primeros años (6 0 7 tendría) se alimentó más de lo que se tocaba durante el resto del día, primero el tocadiscos en Catia y luego el Picó en Los Corales cuando nos mudamos a la Guaira. Y ellos lo que tocaban el resto del día era Salsa; y se repetían las canciones incesantemente.
Dos canciones marcan el recuerdo de esa mudanza; que fue progresiva pues “bajábamos” a la Guaira los fines de semana para estar un rato en la parcela y ver los avances de la construcción de la casa hasta el cambio definitivo; la primera Lamento Jíbaro en la voz de Andy Montañés y la orquesta del Gran Combo de Puerto Rico, y Se me perdió la cartera cantada por Junior González con la orquesta de Larry Harlow. Ambas sonaban por el Caribe en 1974.
La gran influencia de la cultura popular puertorriqueña y nuyorican en esos años era insuperable, y nos llegaba en letra y música. Sumemos allí a Ismael Rivera y sus cachimbos, Ismael Miranda, La Sonora Ponceña, Cheo Feliciano, Fe Cortijo, el Tite Curet Alonso, Rafael Hernández, Rafael Cortijo, Rafael Ithier, Tito Rodríguez, Bobby Capó, Willie Colón, Héctor Lavoe, Luis Perico Ortíz, Ray Barreto, Papo Lucca, los hermanos González (Andy y Jerry), Marvin Santiago, y tantos más.
Aunque los venezolanos tenemos vívida la experiencia caribeña, a los isleños (de Cuba, Puerto Rico y República Dominicana para referir a las islas con las que compartimos idioma) les cuesta ver la cuenca caribeña completa, e incluso eso que Alejandro Calzadilla llama “el Caribe ampliado” que pasa necesariamente por New York, en ocasiones por Miami y hasta por New Orleans. Quizá algo de esto se encuentra en su necesidad de intentar de dejar siempre fijas sus fronteras culturales por estar al centro de constantes intercambios por su condición portuaria. Una historia se me ocurre para ilustrar esta paradoja de la condición de isleños, es aquella que relata el escritor cubano Leonardo Padura en el prólogo a la segunda edición de El libro de la Salsa de César Miguel Rondón. Cuenta Padura que los cubanos llegaron tarde, dando traspiés y cabezazos al encuentro con la Salsa, que durante los años 60 y 70 la isla de llenó de sonidos de quenas y tamboritos andinos, en la línea que la dirección política entendía como la latinoamericanización de su cultura. Si acaso algún “especialista” denunciaba que estaban saqueando la herencia musical cubana y que eso llamado Salsa era un engendro comercial y capitalista sin ninguna importancia, una falsedad artística sin valor musical. Ese bloqueo cultural a lo que ocurría en el Caribe se lo impusieron ellos mismos. El concierto de Fania en la Habana en 1979 y la visita de Oscar D´ León en 1983 marcaron el comienzo del cambio. Algunos cubanos continuaron con las diatribas irresolubles, por estériles en su planteamiento, sobre la inexistencia de la Salsa porque eso era música cubana que les habían robado y nada más.
En ocasiones pareciera que los puertorriqueños tienen cierta incapacidad para ver su influencia en la cultura de todo el Caribe, y al mismo tiempo para sopesar las influencias recibidas. Su trayecto histórico de nación aun colonizada les condiciona. En un libro publicado recién por la editorial El Perro y la Rana encontramos, bajo el cuidado editorial del pana Lenin Brea, una antología de ensayos recopilados por César Colón Montijo, el resultado es Cocinando suave: ensayos de Salsa en Puerto Rico, contiene 18 trabajos que exploran el vínculo cultural de la Salsa desde amplias perspectivas: desde los estudios culturales, la poesía, la imagen, la muerte, los géneros, la comercialización etc. Un dato no puede pasar desapercibido, casi todos los escritores estudiaron y viven o vivieron fuera de la isla, y esa mirada a distancia enriquece la visión. Creo que es lectura que mucho nos puede aportar para comprendernos como parte de esa cultura.
Es tan fuerte esta influencia que hasta podemos reconocernos y hermanarnos por una sola coincidencia salsera puertoriqueña. Así nos paso con Oswaldo Marchionda cuando estudiando antropología en la Universidad Central de Venezuela nos reconocimos al intervenir al unísono para corregir a un compañero que quería dictar cátedra sobre la más reciente canción de Sergio Pérez El jalajala, que él juraba era nueva. Entre ambos le hablamos de Richie Ray y Bobby Cruz y sellamos con una mirada de reconocimiento la amistad que todavía perdura. Al compañero que profanó nuestra identidad lo perdonamos por su origen uruguayo.
Para cerrar esta cadena otra anécdota. En una oportunidad mi queridísima cuate Amparo Sevilla me preguntó cómo explicaba ese fenómeno de mi devoción por la Salsa y por las danzas tradicionales y el que yo no bailara. En el momento no tuve respuesta. Hilando este escrito encuentro lo que puede ser un fragmento de respuesta, quizá el migrar de Catia a Caraballeda impidió en mí un desarrollo seguro del baile, y en cambio la música si fue el puente de esa transición. O no, quizás es más simple como alguna vez me dijo el mismo Oswaldo, al crucificarme: ¡Tú lo que tienes son dos orejas de trapo!

Acá tres de los implicados: Oswaldo Marchionda, Amparo Sevilla y Alejandro Calzadilla