domingo, 28 de septiembre de 2008

SÓLIDA ARQUITECTURA


- Santo yawosas- dice mi acompañante.
- Santo- repiten al unísono las tres, en un rápido movimiento el brazo derecho se pliega sobre el cuerpo y hace alusión al corazón, lo protege, lo toca.
Tres mujeres, todas de blanco en Iyaworage, todas con tocados blancos que cubren la obra de los Orishas que tienen en la cabeza, el puente que hay que proteger, que queda abierto tras la ceremonia iniciática.
No se conocen, ni siquiera se miran, es sólo un saludo recordatorio de su particular estado. Todo practicante puede decirles “santo” y ellas deben responder. También trata de jerarquías, es un “yo ya pasé por eso, tengo más tiempo consagrado en la religión, conozco más secretos que tu… eres nueva”.
Al unísono también van las manos al pecho, se diría que es un movimiento ensayado por la sincronía coreográfica, porque justo al llevar el brazo al lado izquierdo del pecho, las tres -de falda todas- levantan la pierna derecha y apuran el paso sobre los adoquines del bulevar cuando comienza a caer una llovizna, que aunque leve, las obliga a refugiarse en el sobre techo de una lunchería en la esquina siguiente. La prohibición de mojarse de esa manera es así acatada; seguramente también siguen otras prohibiciones sobre ciertos alimentos relacionados con sus santos, el no asistir a lugares con concentración de personas o espectáculos, no bailar, comer en esterilla y no en mesa, no usar cubiertos, guardarse temprano en las noches, que en ese estado no es propicio retar las fuerzas que nos circundan.
No es sencillo vestir de blanco todo un año, renunciar al color. Esta ascesis cromática refuerza el sentido de vulnerabilidad, a veces indefensión, de apertura a otro mundo que todavía no comprenden.
Pero el paso es distinto, la del extremo derecho es enérgica, viendo con cuidado ahora me doy cuenta que mientras las otras usan vestido, ésta no, lleva falda y una blusa con brocados en los bordes, detalles con mostacillas rojas. Es la de la pulsera con esferas rojiblancas, muy ostentosa, que sobresale entre las otras que lleva en la muñeca derecha. Esta morena, -anchas caderas, aún más anchas por el efecto de la falda plisada- quizá esté un poco más adelantada. La obra de Shangó en la cabeza la lleva tapada con una pañoleta blanca con encajes que deja ver el cabello crecido, lo que puede indicar que lleva algunos meses en Iyawó.
Las otras dos son hermanas, de sangre y en la religión; Oyá y Oshun caminan como sobre corrientes de agua y aire, libres, sensuales. Ambas a la saga, hermanas hasta en las cofias blancas hechas en crochet, la misma risa morena y cantarina, encarnando un torbellino de arquetipos que se reúnen con inusitada fuerza, que sin que lo sepan les traza coincidencias, repitiendo gestos, cadencias, ritos nacidos hace siglos en Nigeria trasladados por fuerza a América y que ahora permean la vida de los santeros de Caracas. Todo esto ocurre a pocos pasos de la Gran Mezquita de la ciudad, en el mismo corredor donde se sitúan la iglesia cristiana Maronita, la iglesia Santa Rosa de Lima de los peruanos y la Sinagoga de Maripérez. Ellas en su sólida arquitectura corporal trasladan su religión. Santo yawosas.