miércoles, 16 de diciembre de 2009

TERRAL - viento que sopla de tierra - (Fragmento I)


                                        Entrar en la incertidumbre significa penetrar, quizás de bruces, en el corazón de lo real, colocarse junto al espesor de la única materia incierta que conforma nuestro hogar cósmico, el cual viene a ser simultáneamente montaña y agua permutándose a través de la nube que los enhebra y desteje.
Armando Rojas Guardia
El principio de incertidumbre
Entre el 15 y el 19 de diciembre de 1999 se sucedieron en el país una serie de lluvias e inundaciones que modificaron el territorio y la vida de miles de personas en los estados Miranda, Falcón y Vargas. Desde la infancia hasta ese momento viví en la Guaira, y establecí una relación muy particular en con y sobre el territorio. A partir de este hecho descubrí que se ha convertido en un territorio in-corporado, en una vivencia territorial, en un territorio vivido. Las lluvias del 99 simbolizaron una “fractura” del thopos. De las relaciones de proximidad, separación y continuidad entre el territorio y yo. Las desgarraduras que todavía hoy se pueden ver en las montañas, las sentimos igual en nuestra propia piel.
I
Esa noche del jueves dieciséis de diciembre de 1999 fue más dilatada. Sentí como nunca la porosidad del tiempo. No había luz eléctrica en ninguna parte, sólo hacia el este un resplandor y algunas luces en edificios, luces precarias, como de velas, con ese vaivén que le conocemos al fuego expuesto al viento.
Porosidad del tiempo decía. También es cierto que por la falta de electricidad y el mal tiempo ya a las seis la noche se cerraba. Imposible entonces mirar el mar, atisbar el horizonte, que es uno de los defectos de los costaneros. Después supimos su nombre: vaguada, de repente enriquecimos nuestro léxico, deslave, vaguada, avalancha, conos de eyección, desastre, tragedia. Fue clara la lección, no hay mejor maestra que la naturaleza. Sólo que la presentación de la naturaleza en estos casos, como dice M. Eliade, se acompaña de una percepción que va más allá, que es trascendente.
II
Se había formado una playa falsa de 150 0 200 metros, una lengua de lodo, palos y escombros en cada hendidura de la montaña, donde antes hubo pequeñas quebradas ahora el lodo cubría el mar le robaba las playas. Desde la azotea vi formarse esa extraña orilla con reflujos impresionantes, donde se vomitaban carros, lanchas, bombonas de gas, neveras, troncos de árboles nunca vistos.
Paradójicamente adentrarse en medio de esas corrientes me pareció la única forma de salvarse si la montaña terminaba de derrumbarse y la avalancha cambiaba un poco su cauce o lo agrandaba o en un giro inesperado las piedras se desplomaban justo hacia el edificio. Cómo predecir algo en esa situación. La realidad mil veces más fuerte que toda nuestra imaginación. Si vimos cómo se desmoronaba la montaña, qué podía seguir. Después supe historias de personas que se salvaron, luego de ser arrastrados muchos metros por las corrientes, precisamente por caer en esa zona oscura. Era como la formación de un universo, todos los elementos luchando, ninguna fuerza aún superior pero siempre el agua, del río, de lluvia, del mar. Esa confluencia era un espectáculo. Algo así sucede en todas las gestaciones pensé. Qué curioso, en plena destrucción la imagen que proyectaba en mí todo aquello era la de la gestación. Maravillosa síntesis. Era el caos, el del origen, donde fuerzas únicas, pocas veces vistas por el hombre, actúan. Nos percatamos en piel y huesos, no reflexivamente, de nuestra transitoriedad, de lo frágil de lo humano.
Lo vivido se nutre por los sentidos, lo que vimos y sentimos, lo terriblemente imaginado pero, nunca antes el sonido había tenido tanta importancia. La noche del viernes al llegar a Caracas y ver las imágenes en pantalla sentimos que algo faltaba. Eran imágenes mudas, con relatos y noticias en off sobre lo sucedido o tratando de explicar lo que nos presentaban. Había un hueco ¡claro, le faltaba el sonido!
Un descubrimiento: la naturaleza no se oye por los oídos. Su sonido entra por el plexo y nos invade. Imagino que las experiencias místicas tienen ingredientes como éste. Su “tempo” es arrollador, fácilmente puede quebrarnos el sentido al estar asociado a lo trágico. Es el caso de varias personas que encontramos en la confusión del éxodo, miradas perdidas, ruegos a Dios y sus santos no como invocación salvadora, mas bien como en espera de la salvación de su alma en pleno Apocalipsis, gente que recitaba salmos esperando el derrumbe de todo lo erigido.
III
Como en la serie pictórica y gráfica de E. Munch, “el grito” nos ensordece y hoy somos incapaces de oír ese dolor. A veces, como en sordina, groseramente, oímos. Entonces es el terror, la cara del protagonista del cuadro.
El eco de su grito. La vista interior del personaje, no es lo pensado, no es un estado de ánimo frente a un acontecimiento de la naturaleza, sino lo sentido que estremece, es una carga de energía que no se ve, se siente. Los sueños, el imaginario, el miedo, la soledad. El fenómeno natural nos transparenta, se disuelve lo individual ante la mirada interior. El golpe metafórico en la cabeza produce un aturdimiento de la razón, entonces pensamos/sentimos por otras partes físicas del cuerpo. En este caso (el mío) por el plexo solar, nos religamos desligándonos de lo racional. Esto tiene algo de acto creativo. Todo acto de fe es una creación. Implica una tensión que va del percibir sonidos, melodías o ruidos hacia lo atormentador, hasta el borde de lo soportable. En esos momentos necesito desconectarme. La figura del puente, la imagen del intersticio, la búsqueda del equilibrio, la ida con vuelta, la comunicación, en fin. No es casual que Munch pinte sus enigmáticas figuras del “horror” conradiano sobre puentes. Son la búsqueda de estructuras isomorfas. Dentro y fuera, entre nos, lo uno y lo otro, lo singular multiplicado,….
La actividad creadora/evocadora/sanadora se basa en las experiencias, tratadas no como acontecimientos aislados, sino como “excitación” psicofísica que se revive. Es la reproducción de la experiencia humana, subjetivamente vivida. Esto ocurre sobre todo con las vivencias de desintegración y muerte, que nos arrojan al absoluto, a la soledad del yo. Intentos por romper la incomunicación, sobre todo con nosotros mismos. Encontrarse con lo sagrado, o la naturaleza como su manifestación, a través de lo más humano; respirar, sentir, sufrir, amar.
En mi caso esta experiencia “bisagra” me ha ayudado a reconstruir la relación entre cuerpo y territorio, el percibir de otra forma la naturaleza me reposicionó el sentido de la audición y a comprender también que el sonido desplaza energía, que no siempre se escucha. En ocasiones la escucha normal se trastoca y este sentido adquiere otra dimensión, se aguza, pasa a ser preponderante.