miércoles, 22 de mayo de 2013

Ensayos para desvelar la trama de la noche



En las diversas piezas de cerámica expuestas en esta muestra podemos vislumbrar un conjunto o búsqueda temática y formal, que se despliega según las intenciones de esta artesana venezolana. Seguramente no la encontraremos al tratar de diferenciar su hechura en el tiempo como si de momentos distintos se tratara, pues la mayoría son contemporáneas, tampoco al clasificarlas según las técnicas usadas porque son todas piezas torneadas, decoradas con engobes y esmaltes, y quemadas a alta temperatura, con volutas, grecas y otras figuras en secuencia decorativa. Intentando dar alguna clave que ayude a comprender qué les une, aun en su aparente diferencia, en la resuelta vocación utilitaria de las vajillas o en la búsqueda del diseño de las otras series, podemos decir que son piezas contenedoras del tiempo.
Dice Junichiro Tanizaki en El elogio de la sombra, que en la estética japonesa hay una intención que la cultura occidental no entiende y pone en peligro: captar el enigma de la sombra. Un cierto sentido natural de armonía de luz y sombra, que la cerámica japonesa no suele tener y que el autor desdeña por su brillo superficial, gélido, en clara desventaja con los utensilios lacados de uso tradicional en Oriente. No se reduce la sombra a ser contraparte de luz o brillo, hay algo de profundidad, de sueño, de enigma o misterio, pero también de tranquilidad o de otros reflejos, quizás más profundos que sólo en el uso de los utensilios se percibe.
Nos preguntamos si en la cerámica de Dana López estas cualidades de sombra aparecen, y de qué manera; cuáles intentos de resolución de este enigma atraviesan estas piezas, y de dónde viene ese vínculo que busca develar con cada trazo del buril, como si del interior de cada una emergiera en líneas y color. En las dos primeras series vemos vasijas o globos que van formando distintos acercamientos a las modulaciones de los claroscuros, hay un juego sutil de la ceramista con los elementos (engobes, óxidos), donde esta amalgama de substancias ha dado obras que pueden armonizar con la sombra.
Encontramos cualidades de sombra, una cierta impresión de nocturnidad, de claridad de ensueño, que se relaciona con el enigma de las figuras de los petroglifos o de las pinturas rupestres venezolanas, que fueron punto de partida para el ensayo de líneas y formas de muchas de las piezas que vemos, pero que no se queda en la copia formal o el intento de “rescate” de representaciones primigenias. Los gestos para hacer cada surco sobre las piezas, en momentos en ilusión de cubrir todo el espacio, nos recuerdan lo corporal en la alfarería, lo que tiene de trabajo y de expresión, donde la técnica del esgrafiado obliga a las manos a una nueva intervención de la arcilla, ha desvelar formas y colores que parecen surgir de la materialidad de las obras, como si de un trozo de tiempo se tratara y el paciente trabajo de Dana dejara al descubierto su imagen, o al menos restos de ella. El gesto entonces se transforma en recurso expresivo que en su insistente repetición deja ver influencias de la cerámica prehispánica, de petroglifos y pinturas rupestres o de la cestería de los indígenas Yekuanas del Amazonas venezolano.
Quizás por eso estas piezas evitan cerrarse en volúmenes formales y en juegos de abstracciones que se pueden generar con los colores de esmaltes, y por el contrario dejan ver, mediante los trazos y signos, que lo infinito está en lo concreto, y que su progresión en imágenes es una forma de imaginar lo invisible. En esos ritmos se expresa el tiempo, el de la creación pero también el del uso o la contemplación. O es que acaso las constelaciones, las otras las celestes, no son también trazos imaginarios sobre otras superficies, conjuntos armoniosos que esperamos que “aparezcan” ante nuestros ojos en la oscuridad, aun sin saber sus nombres ni tener referencias para completar sus dibujos, cargados de antiguas mitologías o incluso de claves de migración, como el símbolo de la Cruz del Sur.
En cambio las esferas, hermosas y que invitan a la contemplación prolongada, nos llevan, casi instintivamente a hacer el espacio cóncavo entre las manos y tomarlas, para por medio de este gesto apreciarlas mejor, como si existiera una memoria de la forma, de ese eje invisible que se origina en la arcilla centrada en el torno, que se resuelve en la pequeña abertura del centro, que da imagen de una cierta tranquilidad, aunque el movimiento y otras formas siguen debajo, en aguas más profundas. El esgrafiado busca desvelar esas corrientes.
En un esfuerzo por escapar de la ya insostenible separación de las producciones estéticas entre arte y artesanía, entre lo concreto y lo abstracto, o el uso y la contemplación; lo cierto es que cada una de estas piezas nos invita a un encuentro cotidiano, y que en su uso se realice un hecho estético.  En todas las series nos encontramos ante objetos o utensilios que poseen la cualidad de ponernos en relación cultural.
Los gestos repetidos de la artesana sobre la arcilla, y las esgrafías en sus trazos imaginarios anuncian nuevos centros y conjunciones, en complicidad con las formas, que caben entre las manos para el alimento o el simple tacto, son ensayos para desvelar la trama de la noche en sus pliegues de luz, tenues, inciertos, centelleantes.