viernes, 25 de diciembre de 2009

TERRAL (Fragmento IV)


La Guaira entre la memoria y el olvido

Para los caraqueños la Guaira es “el litoral”, balneario de fin de semana, de rumbita o descanso, dependiendo del furor o agotamiento que la ciudad capital imprima en sus habitantes. La costa abierta deja de lado la percepción de la montaña y sus ríos, quebradas, cortadas y demás hendiduras. Los habitantes (“naturales” nos llamaría un etnólogo adelantado) sí nos reconocemos en esos territorios. Aunque se convirtieran poco a poco en desaguadero de inmundicias, siempre podíamos disfrutar de los ríos: San Julián, Cerro Grande, Camurí Chico, subir por Carmen de Uria y llegar a las pozas pasando por los petroglifos, también en Anare, o el caudal enorme y disfrutable del río Los Caracas; más hacia barlovento los ríos francos de la costa (para los naturales “La Costa” comienza después de los Caracas: Quebrada Seca, Todasana, Chuspa, La Sabana, Caruao) y a sotavento destaca el río que baja de Galipán (el Cojo por el teleférico y que pasaba magro a la vera del Castillete de Reverón y el Macuto que conecta con el camino de los españoles. El Guanape, famoso en la colonia por su clima, que marcaba la entrada a los aires benéficos de Macuto, muy poblado en sus márgenes en las últimas décadas, con el cementerio de cara a la costa marina. El Osorio, que visto desde el puentecito colonial de la Guaira era un hilillo de agua turbia, se puede subir por su cauce serpentero y encontrar el camino de los españoles. En los últimos años escondiendo las comunidades de humanos más miserables que se puedan ver, la gran hendidura de la montaña se los va tragando, sus pequeñas casas de cartón y tela, de latas y pedazos de madera, es la montaña que se abre y se traga a sus habitantes, invisibles para el transeúnte de la vía de la playa, por lo demás la única que comunica toda la Guaira. De allí en adelante son sólo nombres los que reconozco: de Piedra Azul hasta el río de Tarmas en una montaña más empinada y agreste, habitada por gentes más de montaña que de mar, donde el mar es la excursión.
Puerto, aeropuerto y playas, esta representación caraqueña guiada por el uso del territorio y sus beneficios no coincide, lógicamente, con la de los costaneros. En la Guaira los conocedores de la montaña son montaraces, por ejemplo los galipaneros o los sanjulianeros en las alturas de Caraballeda, que saben de cultivos y de leyendas como la del “lión,” que bajaba de la montaña a buscar comida: animales domésticos, niños, acaso alguna púber (en la subida por el río San Julián visitamos varias veces su cueva, o más bien el escarpado tallado en la roca, con arenilla en el piso, restos de comida y el inigualable olor de los felinos en el ambiente).
Una confesión. En la adolescencia y juventud viví sumergido entre el río de esta montaña y el mar, conocía los mejores pozos del San Julián, arriba, muy arriba, 45 minutos andando desde la cantera, saltando la rejas del Inos, por un camino de recuas, pasando el bebedero de los animales donde también nos refrescábamos, en medio de árboles enormes y enormes peñascos. Así hasta llegar a los pozos y toboganes naturales, hechos precisamente de piedras rudamente talladas, pero exactas en su desequilibrio que hacían una cueva y dos pozos maravillosos. De allí a las playas, desde Camurí Chico hasta Playa Escondida en Tanaguarena, pasando por Alí – Babá, Caribe y Caribito. El secreto estaba en ésta última, con una “mesa” de piedra y coral paralela al espigón final de malecón, donde nos parábamos a…jugar, con el añadido de una buena guarnición del anís adolescente.