sábado, 23 de mayo de 2009

Madres de mayo



No es sobre la cursilería del Día de las Madres y la manipulación comercial de su celebración sobre lo que quiero escribir, su denuncia parece hueca ante tanta estupidez. Es sobre estas otras madres, que a partir de una pérdida, han construido un futuro para los hijos de otros. Un futuro que respete la memoria, aunque sea la más dolorosa.

El 30 de abril de 1977 se encuentran por primera vez un grupo de madres de desaparecidos políticos por el gobierno militar argentino. Van a la casa de gobierno buscando explicaciones y pidiendo que sus familiares aparezcan con vida. Así comienza una de las experiencias de mayor coraje y humanidad en la historia por las luchas de derechos humanos en Latinoamérica. De ese grupo inicial de mujeres varias serían también desaparecidas y asesinadas por la dictadura.

Al haber estado de sitio y prohibición de hacer reuniones en lugares públicos, las madres comienzan a “circular” alrededor del obelisco de la Plaza de mayo, frente a la Casa Rosada de gobierno. Circulan contra el sentido de las agujas del reloj, acaso para evitar el paso del tiempo.

Asistimos a la convocatoria para acompañar a las madres el jueves 23 de abril pasado, cuando se cumplían 32 años del primer encuentro. Nos encontramos con dos grupos de madres de la plaza de mayo. Como dos aspas que giran en medio del silencio y la brisa del comienzo del otoño.

Uno de los  grupos sigue portando las imágenes de los familiares que no regresaron, con el nombre y la  fecha de su desaparición forzada escrita en las copias de las fotografías y bordadas en los pañuelos que llevan en la cabeza las madres y que es un símbolo de la resistencia  a la barbarie militar. El otro grupo se ha convertido en un actor político importante, que dicta cátedra sobre el acontecer político del país, en esa ocasión llevaban pancartas alusivas a la discusión de ley de medios de comunicación y mostraban, como se dice en el argot de las artes escénicas, una buena “producción”: franelas, pancartas y banderines impresos, personal a su cargo, varios carros alineados a un lado con el logo de las madres, etc. Uno con todo el apoyo de la pareja Kirchner, el otro acusado de haber pactado con Alfonsín, en los tiempos de la transición democrática.

La desaparición violenta del familiar más cercano enfrenta a convivir con el duelo (abierto-permanente), con la amenaza de lo perdido, que de objetivación de estigma social (ser familiar de desaparecido), mácula de violencia desencadenada, se transmuta con facilidad en rabia, deseos de venganza y acaso, en extrañas ocasiones, en necesidad de justicia. Sin embargo, en algún momento, la necesidad y “lucha” por la justicia también suplanta lo perdido. Pero como señala Ana Teresa Torres, el duelo requiere reconocimiento, exploración de lo perdido. Porque la pérdida exige, para dejarnos en paz, que hayamos dialogado con ella. […] Para olvidar a un ser perdido, es necesario primero negarnos a olvidarlo, amarlo en su desaparición, llorarlo en su ausencia, desbordarnos en su irrecuperabilidad, y así el tiempo nos traerá alguna vez la serenidad de su nombre ido*.

Aún no vemos serenidad en las madres, todavía siguen encadenadas a ese círculo, que como imago con forma uterina, mantiene la relación del movimiento con la inmovilidad. Esa abolición del tiempo y del espacio, que simboliza la recurrente circuambulación acaso exprese un deseo de mantener la unidad, de lo individual a lo social, con aquello que ya no está y, aunque ambos grupos tienen realizaciones tendidas al futuro: universidad, radio, editorial, centros culturales, luchas continuadas y respaldo hacia otros maltratados por el poder; sentimos que su desunión en dos grupos es fractura imaginal que continúa en esos dos brazos o aspas que barren el círculo simbólico, que no se tocan y son imagen especular de un país que todavía no sana de tanta pérdida.

En argentina siguen los desaparecidos, uno de los últimos, el joven estudiante de 16 años Luciano Arruga, arrestado por la policía el 31 de enero de este año y desaparecido. En el subte hay imágenes de jóvenes que no regresaron a sus hogares, o el caso terrible del albañil Julio López desaparecido, preso y torturado en los 70`y vuelto a desaparecer en 2006, después de testimoniar en un juicio contra los represores de la época de la dictadura militar.

¿Qué queda de  tanto recuerdo, de ese esfuerzo de memoria encadenada a la piedra del obelisco?

 * Torres, Ana Teresa  (2000) El diálogo de la pérdida. En Revista Bigott. N° 54-55, Caracas, pp. 114 – 120.