lunes, 14 de julio de 2014

Crónica de un juego que no vi

Para Oswaldo Marchionda, con quien comparto ambas pasiones.


No vi el juego entre Holanda y Brasil para definir el tercer puesto del mundial de fútbol Brasil 2014,  me enteré del resultado unas horas después. No temo haberme perdido de un gran encuentro. En cambio en el mundial de 1998, se jugó en Marsella el mejor partido entre estas selecciones. Del mejor juego de ese mundial sólo vi la resolución final en penales, luego de que quedaran 1 a 1, con goles de Ronaldo y de Kluivert. Ese día cumplía años Juan Liscano.
A mediados de mayo de ese año me puse en contacto con el poeta Juan Liscano, para pedirle una entrevista, aunque tenía dos intenciones; primero entrevistarlo sobre la Fiesta de la Tradición, evento que organizó para la toma de posesión de Rómulo Gallegos en febrero de 1948, e invitarlo a participar de las Jornadas  “La tradición en la globalización” que se realizarían en octubre de ese año. Habíamos conversado por teléfono y Liscano estaba renuente y dijo que lo pensaría.
A principios de julio me devuelve la llamada el poeta  y accede a darme la entrevista, me cita en su casa en colinas de San Román para el martes 7 de julio. Liscano declinó la invitación al evento, pues su salud ya estaba frágil y sólo imaginar su exposición al público lo ponía muy nervioso. Conversamos durante varias horas, sobre su obra poética, la grave situación del país, sobre la Fiesta de la Tradición, su trayectoria de vida y la búsqueda existencial de identidad, el mito, lo misterioso, y el más allá. Confiesa el poeta que la idea de la muerte le ocupa en ese momento, por eso recibe entrenamiento espiritual con un guía, y tiene largas jornadas de meditación donde logra dejar su cuerpo físico y vislumbrar otra dimensión, momentos de intensidad y tranquilidad; dice que todo eso le ayuda a temerle menos a la muerte, que sabe próxima y le llena de interrogantes.
Durante la visita nos movemos por el departamento, comenzamos hablando en su biblioteca, pasamos a la cocina, me lleva por las habitaciones para enseñarme algunos cuadros, hasta que nos sentamos en la sala a terminar el diálogo. Un tiempo antes ha donado su biblioteca de varios miles de volúmenes a la Biblioteca Nacional pero ya hay libros por todas partes, en un momento me ofrece que escoja los que quiera y me los lleve. Apenado me rehúso. Entonces abre un pequeño armario donde guarda sus libros y saca dos ejemplares, una reedición que ha hecho de su primer poemario, Ocho Poemas; y una recopilación de ensayos que publicó Monte Ávila en los 80, Fuegos Sagrados. Me los dedica gentilmente.
En algunos momentos de la conversación escuchamos gritos, y es ahí que me percato que el juego entre Holanda y Brasil está en curso. Liscano, que está decepcionado del rumbo de la civilización occidental conviene en que aún en el futbol se encuentran rastros de cierta simbología telúrica, pero aborrece la mercantilización del juego, y las fanaticadas fatuas.
Me dice que su decisión de involucrarse con los temas de la cultura popular no la hizo desde la búsqueda de la objetividad sino como manera existencial de nutrirse interiormente, y que a sus 83 años aun le sigue nutriendo. Su desapego por la tecnología va en esa dirección, y confiesa: yo tiendo cada vez a ser menos del mundo, me llevo conmigo los hechizos, los misterios, lo que aprendí del folklore, lo que vi hacer a los hechiceros.
Su interés por el origen, el símbolo, lo arquetipal y telúrico no son una temática a explorar ni una fase en su poesía como dicen algunos críticos, sino vivencia intima. Para demostrarlo busca y lee algunos poemas que está corrigiendo del poemario Sola evidencia:
El hachador sigue hachando
pero el árbol, el jaguar y el venado
se detienen, cavilan, miran, huelen.
No entienden las llamas de la piedra.
Así son las potencias del hombre:
misterio de arder, segura ceniza.

El poeta viviría sus últimos años en esa búsqueda espiritual muy personal, siendo leal a sí mismo, sin compartir comparsa con la mayoría de intelectuales del país que pasaron sin solución de continuidad del apoyo a la guerrilla a sus cargos de burócratas del mismo Estado que decían aborrecer.

Aunque conversamos cerca de cuatro horas sólo grabé fragmentos, al volver a escuchar las cintas se oye al fondo la algarabía de quienes veían el juego en los alrededores, las intensidades de los lamentos o las celebraciones, el partido entre Brasil y Holanda atravesaba el tiempo extra luego del empate a un gol. Cuando me monto en el taxi para bajar a la ciudad me informo de la situación del partido y le pido al taxista que me lleve a la Universidad Central de Venezuela donde colocaron algunos televisores en la plaza cubierta del rectorado, llego justo a tiempo para ver la tanda de penales, las dos paradas de Taffarel a Cocu y a uno de los hermanos De Boer.
Ronaldo, Rivaldo, Roberto Carlos, Denilson, Bebeto, Dunga, Emerson, Kluivert, Seedorf, Bergkamp, los hermanos De Boer, Van Der Sar, Davids, fueron algunos de los encargados de ofrecer una fiesta que en su intensidad logró convocar en el terreno un cierto aire mítico que este juego contiene y que no siempre aparece.
Pero este juego no lo vi.