jueves, 18 de septiembre de 2008

LIBROS QUE SON CIUDADES QUE SON LIBROS ...






La Habana


Le propongo un fácil ejercicio para estos días finales de vacaciones escolares, algunas reglas sencillas deben seguirse, es bueno aclarar, con fines pedagógicos, que no pienso acatar ninguna ni cumplir con el objetivo recomendado. Pruebe usted a revisar su biblioteca porque, digamos, parte dentro de poco a la ciudad de La Habana y entonces revisa sus querencias literarias cubanas, para refrescar el recuerdo de una ciudad que no conoce. Algo a tener en cuenta es que sólo haremos arqueo de lo que está en nuestros estantes, no valen los libros leídos pero que no tenemos, pues como se ha demostrado científicamente si no lo tenemos a mano no es fundamental, o los prestados y ya perdidos, como sabemos todos los que pedimos libros que jamás devolveremos. Ahora sí comienza la tournée: a ver, un impelable es Alejo Carpentier, (ah olvidaba algo, nada de cercanía con los autores tipo decir Jorge Luis o Alejo al nombrarlos, dese su puesto de lector-insecto), el exacto, impecable y elegante barroco cubano, tenemos a mano buena parte de su repertorio. El siglo de las luces, Concierto barroco, El recurso del método, Guerra del tiempo y otros relatos, La música en Cuba, El reino de este mundo, y por supuesto La ciudad de las columnas. Esta última obra es perfecta para el objetivo propuesto, siempre recordamos los paseos por La Habana vieja escondiéndonos del sol gracias a los pasillos columnados, algo así como pasear por la urbanización El Silencio al centro de Caracas, pero por supuesto con desmesura como todo barroquismo recomienda; además están los enrejados, signos más de la forja artística que de la inseguridad ciudadana, y gozamos además de los arcos de medio punto que llenan de colores las estancias familiares en medio del sopor caribeño. Claro también tenemos las visitas a las iglesias, las calles coloniales y el don de gente que las otras obras revelan. Bien!! Al parecer alcanzamos el objetivo, pero y ¿qué hacemos con Reinaldo Arenas, Miguel Barnet, Julio Miranda, Senel Paz, José Martí, Lezama Lima, Jesús Díaz, Ramiro Guerra, Lydia Cabrera, y Norberto Fuentes, que al hacer un recorrido imaginario también tenemos en los entrepaños? Además como las reglas las he inventado yo puedo saltarlas de vez en cuando: ¿cómo no tomar en cuenta a Guillermo Cabrera Infante y su conocimiento de la noche, la rumba y el habla habaneros? ¿Y que decir de Severo Sarduy? y… puedo decir que es un fastidio y que lo llevé a los libreros de Capitolio como relleno en un trueque. A estos últimos autores no los tengo a mano pero me llenan de recuerdos de la isla. Comienzan las complicaciones, ¿a cuál literatura me refiero? Porque Ramiro Guerra realmente fue un coreógrafo y teórico de la danza, y Barnet escribe entre la etnología y la literatura y el periodismo. Volvamos a la intención inicial, ¿cuál autor me acerca más a la ciudad, o a la experiencia de conocer una urbe ajena, el imaginario de toda una ciudad? Una última regla, que ya rompí, pues como saben quien las inventa…, es que no podemos releer ninguno de los libros, debemos sentir el recuerdo de la ciudad por medio del recuerdo de lo leído. Cuando me encontraba en flagrancia con La ciudad de las columnas, resulta que me doy cuenta que una ciudad no es sólo su particular arquitectura, por loca o afortunada que sea. Que a veces se trata de un sentir de ciudadano, de las cadencias de las mujeres al caminar en las calles, de un Volksgeist dirán los alemanes.
De regreso de la ciudad encontrada debe realizar un escrito como éste, o mejor se espera. El caso es que acá estamos de nuevo en casa y esos días han pasado por La Habana y por la isla dos huracanes de fuerza desmesurada (como si la naturaleza de éstos no fuera pura desmesura). De manera que fue una semana de refugios y ver cómo la fuerza del huracán se adueñaba de la vida de la población. Recoger agua, tener alimentos en conserva, huir de las casas a punto de caer, salir de las casas con el techo con posibilidad de salir volando, olvidarse los turistas de salidas a las provincias y todas las contingencias del caso. Que nada, se suspendieron las actividades que nos llevaban allá y hasta las noches en el malecón se aguaron. Es de admirar la responsabilidad con la vida de la gente sobre la supervivencia de las cosas que tienen los cubanos, sin muertes pasaron los huracanes, a pesar de la demostración del poder destructivo en Haití, Dominicana y Estados Unidos.
Después de unos días, hablando de esto en Caracas con un amigo, encontré la clave de este texto, me decía que quizá los cubanos olvidaron cómo rendir tributo a Humrakán, el dios de la tempestad, la tormenta, los remolinos, los aguaceros que por aspersión cruzan el cielo caribeño y que como un Strombus en su maravillosa forma helicoidal se cierra sobre sí mismo. Las referencias a los caracoles no es casual, sino veamos los que tiene el dios Tláloc (la misma deidad de la tormenta y la lluvia para los mexicas) a su alrededor en los templos de Teotihuacan. Ahí es cuando entra Fernando Ortiz, el mismo de Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, quien en su obra El Huracán de 1947, nos pasea, con una erudición ya inexistente entre los antropólogos, por los símbolos y mitos asociados a esta energía concentrada en si misma cual cuerpo de caracola. Un sentimiento continua intemporal en los habitantes del caribe: el terror ante los efectos de esta fuerza cuando se desencadena, algo de eso tratan de conjurar los especialistas cuando le ponen nombres, una nomenclatura extraña que creen genera cercanía, Gustav y Ike, como si fueran conocidos, se pasean por los territorios y destruyen lo que quieran. Ahí podría estar parte del problema, en cometer el error y la estupidez de tratar lo divino como si fuera el hijo del vecino, “ya viene Gustav”, “Ike llega en dos días”. ¿Quién dijo que estamos para tutear a los dioses?
El viaje fue suspendido y sigo sin conocer La Habana. Por lo pronto espero poder rendir tributo a los mismos dioses de la tormenta y el agua y el aire, en un ritual que se realiza todos los años en este mes de septiembre, en las serranías entre Lara y Falcón, para devolver el equilibrio por medio de los elementos. Iré a una Tura y bailaremos dando giros, unos con impulso centrífugo y otros centrípeto, intentaremos ayudar a amarrar la fuerza, necesaria para que continúe la vida, que por estos días anda desatada.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

i think you add more info about it.

romarappa dijo...

Listo David! Incluído tu blog en mi lista de favoritos. Espero que siempre puedas consguir un tiempo para pensar (soñar quizás) en alto, quiero decir, escribirlo así sea en estas letras ¿virtuales?. Mucha suerte!!! y te aseguro pensaré un poco en tus ideas.
Quién te aprecia
Rosa